A
202 años de la muerte del creador de nuestra bandera debemos rendir a Manuel
Belgrano.
Belgrano
ofreció el último tramo de su vida, a una causa que creía justa, por ello a la
comodidad que su condición de abogado reconocido le aseguraba, le opuso la
decisión de participar en un movimiento revolucionario que prometía la
construcción de una nueva Nación. Aceptó el desafío, sabía que no era fácil,
pero eligió el sacrificio y la incertidumbre, nos legó su ejemplo, que se
repita y multiplica en cada enseña patria enarbolada a lo largo y a lo ancho de
nuestra querida Argentina.
La
bandera es el símbolo, pero la Patria la hacemos todos, día a día, generación
tras generación. Una
Nación tiene identidad cuando se construye fundada en
principios y valores que le son propios e intransferibles. A pesar del tiempo
transcurrido y con los cambios profundos que se han producido en el mundo,
aquellos principios permanecen con toda su fuerza y vigencia. Se manifiestan en
nuestra vida democrática, en la activa participación del pueblo en el quehacer
nacional, resaltando las acciones positivas, señalando también los errores,
trabajando en la construcción colectiva de una sociedad más justa, más
equitativa, más solidaria.
Manuel
Belgrano enarboló por primera vez la bandera nacional en la ciudad de Rosario
el 27 de febrero de 1812.
Decía
Manuel Belgrano a sus soldados al referirse a la bandera: “Posesionaos de ella”
y “no olvidéis jamás que nuestra obra es de Dios; que Él nos ha concedido esta
bandera, que nos manda la sostengamos, y que no hay una sola cosa que no nos
empeñe a mantenerla con el honor y decoro que le corresponde”.
Joaquín
V. González describe su amor a ella en una poesía: ¡Bandera de la patria,
celeste y blanca, símbolo de una unión y de la fuerza con que nuestros padres
nos dieron independencia y libertad; guía de la victoria en la guerra, y del
trabajo y la cultura en la paz; vínculo sagrado e indisoluble entre las
generaciones pasadas, presentes y futuras; juremos defenderla hasta morir antes
que verla humillada!